Carlos A. Sarabia Barrera
Tremendo escándalo: el Arzobispo solapando a un cura pederasta…
“Si alguno escandalizara a uno de estos pequeños que creen en Mí, sería preferible para él que le ataran al cuello una piedra de moler y le tiraran al fondo del mar. ¡Ay de aquel que sea causa de escándalo!”.-
Jesucristo
Es difícil, muy difícil para un editorialista católico criticar acciones de su Iglesia, especialmente porque es ley no escrita que el clero no debe ser cuestionado. Según ellos, sus decisiones han de ser acatadas sin discusión alguna. Me molestaron bastante las denuncias sobre Maciel. Siempre supe que las víctimas decían la verdad. El caso Maciel me hizo preguntarme qué camino llevaba la Iglesia y cuántos casos como ese pasaban a nuestro alrededor que ignoramos. Lamenté que Juan Pablo II protegiera a Maciel y hasta lo declarara “ejemplo para la juventud”, conociendo perfectamente los delitos que cometía. Desde entonces dejó de simpatizarme Norberto Rivera Carrera, cardenal de la Ciudad de México, porque no sólo ignoró las denuncias, sino que calificó de falsos a los acusadores y hasta los linchó en la prensa. Sé que este artículo levantará incomprensiones y ataques de mochos y persignados que me calificarán de hereje y enemigo de la Iglesia. No, señores. No soy nada de eso. Aún no olvido que hace muchos años Mons. Berlie Belaunzarán se jactaba de que “no era tiempo de hablar”. Nuestro Arzobispo siempre ha sido así, nunca quiere hablar, no merecemos sus explicaciones porque está demasiado apegado al secretismo absurdo que reina y perjudica a la Iglesia. Los que me reprueben después de leerme, les recuerdo que los católicos que escribimos en los medios de comunicación estamos obligados a denunciar toda circunstancia de abuso e injusticia que cometan los curas, por muy alta que fuese su jerarquía. La sinrazón, la complicidad, la depravación, la incoherencia y la doble moralidad forman parte del modo común de vivir de muchos sacerdotes. No en balde se entienden muy bien con los panistas. Tales para cuales. Y conste que digo muchos, no me refiero a todos. No todos están podridos. La Iglesia está enferma, pero no de muerte. Recuerdo también las palabras de Mons. Giuseppe Bertello, ex nuncio papal en México, en una visita a Mérida: “la Iglesia no debe callar, tiene que denunciar las situaciones de injusticia”. Por tanto, si la Iglesia (la jerarquía) tiene derecho a fustigar lo que está mal fuera de ella, los feligreses también tienen derecho a señalar lo malo que sucede adentro. Infinidad de veces me he preguntado: ¿hasta dónde o cuándo un católico debe dejar de escuchar, obedecer o seguir las instrucciones de su Obispo si éste es inicuo? La respuesta la da la misma Iglesia: en el momento que se aparte de la verdad, la justicia, el respeto a la dignidad personal y los derechos humanos. De ninguna manera consideren este escrito un ataque a los sacerdotes que cumplen los mandamientos de Cristo, pero no olvidemos que la Iglesia por Dios es divina, pero por los hombres prostituida.
La misma repugnancia que sentí con Maciel, experimenté ayer cuando me enteré que el sacerdote Teodoro Baquedano Pech, párroco de Nolo, abusó sexualmente de una niña de 12 años, cuando vivió en EU a finales de los sesenta. Coraje sentí también cuando supe que el arzobispo Berlie, en lugar de expulsar de la Iglesia al mal sacerdote y entregarlo a la justicia, lo protegió enviándolo a pueblitos del interior del Estado para que no lo encontraran. A nuestro arzobispo le agrada en demasía proteger a los bandidos y estar ligado a escándalos. Y no pueden decir que la acusación sea mentira. La denuncia fue interpuesta hace tiempo en la Corte Suprema de San Francisco, California. Es más, Mons. Berlie recibió una carta de Jeffrey R. Anderson, abogado de la acusadora, que detallaba el delito del cura Baquedano. Y hubo otra misiva, de Mons. John C. Wester, ex obispo auxiliar de la ciudad californiana, que le señaló la peligrosidad del sacerdote. Nada hizo Berlie ni la jerarquía yucateca, así que se convirtieron en cómplices. Se ensuciaron tanto en la justicia, divina y humana, que invitaban a Baquedano a fiestas y reuniones del clero. Sí, paisanos, el envilecimiento alcanzó ya a la Iglesia de Yucatán. Pero esto no es nuevo. Suceden ciertas cosas desde hace tiempo. El caso Baquedano no es incidente aislado. En amplios sectores de nuestra sociedad, se escucha que en la Iglesia yucateca acontecen infinidad de inmoralidades. Sobran curitas con exagerado “afecto” a jovencitos (as). Lo grave es que cuando los descubren, no los expulsan de la Iglesia, sino los envían a un retiro “para curarlos” y luego reinstalarlos en una parroquia de pueblo. Dicen que la podredumbre alcanza hasta altos niveles. Pregúntense: ¿cuántos como el sacerdote Baquedano harán lo mismo en Yucatán y no nos enteramos porque nos lo ocultan? Mamás, papás, les advierto que sus hijos, niños, monaguillos y adolescentes que van a la doctrina podrían correr peligro. ¿Conocen a los catequistas de sus hijos? ¿No? Pues procuren conocerlos, obsérvenlos bien y pidan referencias, porque pudieran llevarse grandes sorpresas. Les alerto que si viesen conductas sospechosas en sacerdotes y catequistas, ¡denúncienlos!, porque entre muchos miembros de la institución eclesiástica y el mensaje de Jesucristo hay una crisis de relación. A la hora de cerrar este artículo, Mons. Emilio Carlos Berlie Belaunzarán se había negado a comparecer ante los medios de comunicación para explicarle al pueblo de Yucatán porqué solapó (y sigue solapando) a un delincuente sexual, circunstancia gravísima siendo el pastor de la grey católica. Parece que don Emilio no tomó en serio las cartas enviadas de EU, porque en una misa de la Semana Mayor, con catedral llena hasta el tope, sabiendo ya que en su círculo se movía un pederasta, se lanzó a descalificar las denuncias contra la pederastia llamándolas “odio selectivo religioso”. Lamentable expresión y comportamiento de Su Excelencia. Ni don Emilio, ni los demás jerarcas católicos deben olvidar que son voces autorizadas cuando declaran, cuando deciden, cuando actúan, cuando se mueven… y cuando no lo hacen y deberían hacerlo o se espera que lo hagan. Su rechazo a la prensa da mucho qué pensar. Yo, como conozco bien cómo se las gastan en la Iglesia, anticipo que los cuestionamientos de la prensa y los católicos no serán respondidos por Mons. Berlie, porque la Iglesia siempre se ha enrollado en el silencio y la discreción farisaica. El secretismo aún es parte de la vida cotidiana de los Pastores, a pesar de las advertencias de los Papas sobre la necesidad de que haya libertad de expresión, opinión, de pensamiento y hasta obligación de explicar.
Ciertamente, muchos de los casos de pederastia y otras desviaciones no sucederían entre sacerdotes del mundo y Yucatán, si los Pastores actuaran enérgicamente, si los expulsaran de la Iglesia y denunciaran a los que fuesen sorprendidos delinquiendo. Lástima que la justicia y la verdad no acompañan a nuestro máximo Pastor. En lugar de explicar, se guarda. Esperamos que sea momentáneamente. Y no se trata que don Emilio decida la culpabilidad o inocencia del padre Baquedano, aunque las evidencias parecen ser incontrovertibles. Lo que desea la sociedad yucateca, casi 90% católica, es que su faro y guía en la Fe, dé la cara, explique, entregue a Baquedano para que enfrente la justicia. Como laico comprometido que alguna vez fui, siempre he considerado que, en estos casos, los católicos pueden escoger dos actitudes ante el escándalo: ignorarlos y abstenerse de comentarlos pensando erróneamente que son pecado, o denunciarlos, no quedarse callados hasta cambiar las cosas en el interior de la Iglesia. Aún en estos tiempos, muchos católicos no se dan cuenta que el clero sigue pensando que las cosas de la Iglesia son asunto de su exclusiva competencia y que los creyentes sólo son usuarios eventuales de sus servicios ministeriales. Por eso los jerarcas creen tener el privilegio de ser los únicos encargados de difundir la verdad, de imponerla a los fieles e, incluso, de no dar explicaciones de sus actos. Como conmigo no va eso, jamás he aceptado, sin protestar, la injusticia y la violación a la dignidad personal. Por eso estoy indignado, decepcionado ante la actitud anticristiana del cura Baquedano y de Mons. Berlie. No es conducta de apóstoles de Cristo.
La jerarquía yucateca hágase un examen de conciencia. Organice también un debate para dilucidar las razones del absurdo y controvertido silencio de Monseñor. Los jerarcas católicos deben buscar la verdad y actuar con ella para guiar a sus fieles en la defensa de la justicia y el respeto a los derechos humanos. ¿Cómo podría la Iglesia yucateca y mexicana reclamar una presencia fuerte en la sociedad pluralista y democrática que ahora tenemos si cuando hay problemas o delitos en su seno, en lugar de denunciar protege a los delincuentes y rehúsa exponer razones y móviles? Los católicos de Yucatán quieren pastores que prediquen con el ejemplo, de palabra y obra. Que propicien la unión de la fe a la razón y a la justicia. Los que creen en Dios no se salvarán por la obediencia a la jerarquía ni por la observancia de las normas canónicas. Alcanzarán la Salvación únicamente los que realizan en el amor el destino humano. La jerarquía vernácula ejerza profunda autocrítica que le permita clarificar su lamentable papel en este escandaloso caso de pederastia. Los curas católicos lamentan continuamente el abandono de sus feligreses pero, ¿cómo no van a alejarse si en lugar de observar en sus pastores testimonios de vida sacerdotal, ven buitres que se aprovechan de la inocencia de niños y jovencitos? Señalen los católicos a todo falso mesías disfrazado de sacerdote, no permitan que lucren con la religión mediante prédicas fraudulentas de libertad, amor y justicia. No hay que callarse, señores, ante acciones delictuosas como la del cura Baquedano. Hago votos para que Monseñor Berlie y demás pastores logren escuchar los lamentos de aquella niña violada, hoy mujer, que, desde hace mucho, mucho tiempo, clama inútilmente en el desierto. Reclame la comunidad católica de Yucatán su derecho a escuchar explicaciones claras y concisas del Pastor de la grey, que diga porqué permitió el pisoteamiento de la justicia. No les extrañe el comportamiento de Mons. Berlie. Ha sido común a lo largo de la Historia que las jerarquías eclesiásticas, con honrosas excepciones, sean autoritarias y dictatoriales. Con la Iglesia o sin ella, el grito desesperado de Sylvia Chávez, clamando justicia, se ha oído. Llegó la hora a Baquedano. Lo que sí duele, es enterarse que, con conocimiento de causa, el Señor Arzobispo solapó a un pederasta. Excelencia: Todo Yucatán desea escuchar su voz…
carlossarabia46@hotmail.com
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